4.3.12

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TUBERCULOSIS, CANCER, FASCISMO. Cada época tiene su propia enfermedad, a la que se corresponde otra (aunque probablemente es la misma) en el campo moral. El siglo XIX tuvo la tuberculosis y los desvanecimientos sentimentales; el siglo XX tiene el cáncer y el fascismo. Todo el proceso del fascismo - manifestarse en su verdadera naturaleza cuando ya es tarde para una eficaz intervención quirúrgica; su imposibilidad de morir a no ser junto a la víctima a la que se ha aferrado; tendencia a reproducirse en lugares lejanos a los de su nacimiento; desesperados sufrimientos que genera en aquellos a los que infecta; culpas profundan que se revelan mediante un examen necroscópico de los cuerpos (o países) sobre los que haya totalitariamente imperado - todo, digo, su proceso mantiene asombrosas semejanzas con el del cáncer. Y sin embargo hay una cosa más en la que se le asemeja.

Nadie ignora hoy que la tuberculosis es, muchas veces, uno de los medios que los jóvenes emplean para suicidarse. Lanzo la hipótesis de que el cáncer (enfermedad de viejos) hunda sus raíces psíquicas en un intento fallido del organismo por rejuvenecerse. La formación de un neoplasma podría significar el deseo de rehacerse un nuevo órgano; por ej., un nuevo estómago. (Le he comunicado esta hipótesis mía a algunos médicos inteligentes, que no se la han tomado a broma en absoluto). En fin, que ha sido, en el fondo, la adhesión al fascismo -en Italia como en el extranjero- sino un intento fallido de la burguesía por rehacerse una vida nueva, por rejuvenecerse. Demasiado tarde se ha dado cuenta luego del error; y entonces... ya no tenía remedio; la cosa buena, la cosa providencial, que se presentaba como portadora de un "orden nuevo", era sin embargo la causa de inhumanos sufrimientos; que, a más o menos largo plazo, llevaba a la muerte.

El "Imperio Romano" (¡en el siglo XX!) ha tenido -para desgracia nuestra- la génesis, los caracteres y las consecuencias de un neoplasma.

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