PROCESO de KHARKOV. El protagonista es el intérprete; el ojo y el acento recaen sobre el altavoz, sobre la fría, estudiada, señorial elegancia con la que el joven capitán soviético se dirige -cuando le toca hablar- a los imputados. "Yo soy -parece que dice- el Imparcial; soy el símbolo de este proceso".
Duros y sin piedad son los rostros de los alemanes; duros y sin piedad los de los jueces. La diferencia es que los rusos no tienen motivo para tener "mala conciencia". Y esto dice, en el fondo, la película. "Felices -dice- los pueblos y los individuos a los que el destino ha asignado la mejor parte, la que les permite representar con buena conciencia la tragedia de la vida".
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