11.3.12

62.

SENTIDO DE ORIENTACION. Mi amigo Sergio Solmi era, para el que iba con él por la calle, un mal acompañante. Fuera porque no era capaz de interrumpir el hilo de sus pensamientos, fuera porque hubiera perdido, en alguna torpe investigación de la infancia, el sentido de la orientación, se acababa siempre, cuando se iba con él, llegando tarde a las citas, al tranvía, al tren; se acababa cogiendo en definitiva el camino equivocado. Cuántas veces le habré echado en cara este defecto, cuando me acercaba a verlo a la industriosa Milán.

Una vez lo arrestaron los nazifascistas (¡vaya palabra!) que lo condujeron a una especie de Via Tasso. A poco, les rogó que le indicaran donde quedaba el baño. Fue, escoltado por un centinela. Cuando salió, el centinela (quizá cansado de esperar) ya no estaba. Se dispuso a volver por sí solo a la celda; pero tomó -también esta vez- el camino erquivocado. Se encontró, sin quererlo, en la puerta de la cárcel. Ningún nazifascista ha vuelto a verlo.

Y ahora, ¿qué voy a decirle yo, cuando pueda volver a abrazarlo? ¿Le echaré en cara su falta de sentido de la orientación? ¿O le diré que, a veces, nuestros defectos -como el ángel de la guarda- nos llevan de la mano?

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