3.3.12

22.

EL FILETE DE SVEVO. Italo Svevo (que todos los que lo conocieron saben que era de inocentes y humanas costumbres) contaba de buen grado (e incluso más de una vez, como hacen los viejos, que aman repetirse) que nunca se había comido un filete con tanto gusto como hacia el final de la otra guerra, cuando era (o creía serlo) el único en la ciudad que podía permitírselo.

No era -¡oh, no!- un diablo entre muchos ángeles; era solo un artista; y, como tal, aceptaba todo lo que era en la naturaleza, en él y fuera de él; confesaba lo que otros hombres (los buenos, los puros) sienten sin saber que lo sienten, o bien esconden tras un velo -más o menos aparente- de lágrimas hipócritas.

Pero, sin saberlo, tocaba, con la divertida historia del filete, el verdadero problema de la economía mundial; revelaba la génesis del desastre. Que en Brasil (tomo el ejemplo más popular) pavimenten las calles con café, antes que venderlo a bajo precio a los países que no lo producen, no es, en la base, una cuestión económica, sino psicológica. Solo secundariamente (porque el hombre es lo que es) tiene que ver con los economistas. El filete de Svevo enseña que el hombre es todavía demasiado niño como para gozar de un bien sin poner el acento en el hecho de que otros estén privados del mismo, en el hecho de ese bien es su privilegio (de hijo único o preferido). Si no fuese así, no existirían hoy, con tantos medios de producción y transporte, ni la miseria ni el hambre. ¡Haría falta tan poco para encontrar una forma de acomodamiento! Pero sé bien que ese "poco" es una mera apariencia, apenas un modo de hablar; que antes que el hombre aprenda a leer, a deletrear, una nueva sílaba en esta dirección, debe sufrir todavía, y más de una vez, el desplome de los cielos sobre su cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario