4.3.12

39.

CUANDO EJERCIA de custodio de nobles muertos (librero anticuario), Carletto (mi buen ayudante) me pidió un largo permiso para ir a Sicilia, donde vivía una querida hermana suya. Las exigencias del pequeño negocio (que sacábamos adelante solo entre los dos) no me permitían, en aquel momento, satisfacer su apasionado deseo. Tuve que decirle que no.

"¡Qué sueños más extraños se tienen de vez en cuando! Figúrese, señor Saba, que esta noche he soñado que yo, junto a otros muchos jóvenes de mi edad, había desembarcado en una isla, con el viejo capitán de la nave. Entre todos lo matábamos a pedradas; pero yo, mientras me alejaba, me sentía como preso de un remordimiento, y volvía sobre mis pasos. Veía entonces que el viejo capitán estaba todavía vivo. ¡Qué alivio, señor Saba! ¡Me he levantado realmente contento!"

No traté de explicarle el fácil sueño; pero le di el deseado permiso. Un poco, también, como agradecimiento por haberme resucitado.

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