26.2.12

6.

NAPOLEON era un hombre; como todos los hombres -(algunos) los delincuentes quedan aparte- tenía también sentido de culpa. Uno tiene la impresión de que toda el fin de su vida estuvo dominado por la culpa. No lo atormentaba el recuerdo de los hombres que había hecho morir en la guerra, sino el remordimiento -que buscaba, en todo lo posible, alejar de su conciencia- de haber abandonado a Josefina, de haber tenido que abandonar a Josefina, "su buena (infiel) Josefina". Y cuando volvió de Rusia, estuvo llorando sin parar, llamándola por su nombre, en la vacía Malmaison.

Como un niño que, habiendo ofendido a su madre, se aleja -cada vez más, cada vez más- de casa. Y vuelve por la noche, rendido y sin fuerzas, y encuentra que su madre ya no puede -aunque quisiera- perdonarlo: está muerta. Y se pone a llorar.

No es poesía. Es verdad; es una pequeña, simple y humana verdad (también Napoleón era simple); que explica -más de lo que parece- la absurda campaña de Rusia. Que explica la fatalidad interna de la que nació; el motivo (no quisiera alarmar llamándolo autopnitivo) por el que fue concebida.

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